La inflación y el estancamiento proyectan un futuro preocupante para Brasil y la región

2 noviembre, 2015

La economía brasileña cayó en un espiral de estancamiento e inflación que amenaza con profundizarse y llevar al mayor país de Sudamérica a un nuevo período de retroceso, que además se combina con una crisis política de características históricas que podría ser un factor de agravamiento de la actividad industrial, el consumo y las exportaciones. 

En este sentido, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó una caída del PIB del 3% para este año y una leve mejora para 2016, cuando el país vecino caería sólo 1%.

Un guarismo, en cualquier caso, que supone dos años seguidos de performance negativa, algo inédito para la economía de Brasil desde la época de la Gran Depresión, lo cual habla a las claras de la profundidad de la crisis que atraviesa el país, la región y el conjunto del planeta.

Por otra parte, la desocupación continúa creciendo, con despidos y suspensiones en diversas ramas de la producción, por lo que la tasa de desempleo ha trepado al 7,6%, bien por encima del 4,9% de septiembre del año pasado.

El mismo proceso de empeoramiento están sufriendo los salarios que, también en septiembre pasado, perdieron un 4,3% de su valor con respecto al mismo mes de 2014, en medio de una inflación creciente que llegará, según previsión del Banco Central de Brasil, al 9,5% para todo 2015.

Mientras tanto, la fuga de capitales que se desarrolla durante todo el año está empujando la caída del real cuya devaluación en los últimos 12 meses suma un 40% frente al dólar, una tendencia que el Gobierno de Dilma Rousseff ha observado sin poder frenar, al menos en tan alto porcentaje.

La caída de los precios de las materias primas y la cada vez menor demanda por parte de China de los productos de Brasil están en la base del deterioro económico, financiero y monetario del país, lo que trae como otra consecuencia un menor ingreso de divisas.

Esto estrecha la capacidad de repago de la deuda externa e interna del Estado y, además, pone un interrogante sobre si el endeudado sector privado podrá enfrentar las abultadas obligaciones que tiene por delante.

A su vez, los menores ingresos fiscales derivados del retroceso de la actividad económica están creando fuertes presiones para que Joaquim Levy, el ministro de Finanzas de Brasil, profundice el recorte del gasto público que viene llevando adelante desde la asunción al cargo este año.

Sin embargo, el fuego cruzado por quién paga el costo de esta reducción de las partidas presupuestarias está poniendo entre la espada y la pared a la ya acosa presidenta brasileña, quien enfrenta un juicio político patrocinado por la oposición y que cada día parece más factible.

Mientras los sectores industriales rechazan sufrir los efectos recesivos de un corte de partidas destinadas a subsidios al sector, incluyendo beneficios impositivas y créditos subsidiados, los núcleos más pobres temen que el Gobierno escuche los cantos de sirenas del poder económico y reduzca el dinero que destina a planes como Hambre Cero u otros que han permitido que los marginados sean introducidos en el sistema económico.

Por otro lado, Rousseff y Levy tienen dificultades en aumento para atender el pago de los servicios de la deuda que, este año, supondrán el 8,5% del PIB, en un contexto signado por el pésimo desempeño de la economía que ha conducido a que las agencias de calificación crediticia retirara, semanas atrás, el rango de “investment grade” a Brasil, alimentando la fuga de capitales.

Levy también tiene que luchar contra la inflación y la fuga de capitales, por lo que los analistas discuten si aumentará aún más la tasa de interés que, tras las subidas introducidas entre octubre de 2014 y julio pasado, se ubica actualmente en 14,25%.

Pero si bien una tasa de referencia más alta ayudaría al combate contra la inflación y la fuga de capitales, así como a frenar la devaluación del real, ahondaría la recesión, el desempleo, la recaudación impositiva y el comercio exterior, poniendo también en jaque la capacidad de repago de la deuda.

En este sentido, Brasil está, como en el pasado, en una trampa de “stagflation” o “estanflación” (estancamiento con recesión), con el agravante de que ésta se da en un contexto mundial signado por la debilidad o el retroceso económico en las principales potencias como Estados Unidos, Europa, China y Japón, lo cual limita notablemente el margen de maniobra del gigante sudamericano.

La región está tomando conciencia, semana tras semana, de la complejidad de la crisis económica brasileña y de los peligros que acechan a todos los países por las crecientes dificultades de su socio mayor.

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