Números rojos

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23 noviembre, 2020

El proyecto de Ley de Aporte Solidario, ya tiene media sanción. Tras escuchar una extensa serie de oradores, llegó el momento de la votación y los diputados lo aprobaron: 133 a favor, 115 en contra, 2 abstenciones.

Siempre llamativas, algunas disertaciones transmiten peligrosos mensajes de quienes nos representan. Por ejemplo, cuando distorsionan el origen y el sentido de los recursos del Estado.

El oficialismo, argumenta que se hace un noble esfuerzo al destinar grandes partidas de dinero al gasto social, particularmente al denominado Covid. Sería bueno que nos expliquen cuál es el “esfuerzo” que hacen los funcionarios de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, ya que no resignaron un sólo centavo de sus salarios, en lo que ellos mismos califican como la peor crisis de la historia. Solidaridad 0.

Lo más preocupante es que ni ellos, ni los opositores reconozcan que el esfuerzo lo hacemos los ciudadanos que pagamos impuestos para cubrir sus sueldos, resignando muchas cosas. La omisión o negación del concepto republicano, es muy preocupante. 

Somos nosotros quienes aportamos y confiamos a cada gobierno de turno, el manejo del dinero público. De esto debemos tomar conciencia definitivamente, porque es muy difícil que la clase política lo asuma si no se lo hacemos entender.

Fuera de las deliberaciones, el legislador de Juntos por el Cambio, Luis Juez, vociferaba justamente que los congresistas no son solidarios, descargando la responsabilidad de ello en los presidentes de las cámaras de Diputados y Senadores. Si su voluntad es ayudar a los más necesitados. ¿Quién le prohíbe que lo haga? ¿Por qué tanta demagogia?

Del otro lado, Leopoldo Moreau, el mismo que juraba la vida por Alfonsín, hoy devenido en ultra kirchnerista, no se hizo eco de las palabras de su par y culpó a los productores rurales de la crisis argentina.

Necesario es reiterarlo, para que nos quede bien grabado. El esfuerzo lo hacemos los ciudadanos, no de quienes están al frente del Estado distribuyendo nuestros recursos. 

El impuesto solidario, de aplicarse, porque una vez que se convierta en Ley, será objeto de amparos y demandas judiciales, recaudaría 300 mil millones de pesos. ¿Adónde irá ese dinero?

Un 20% a la compra y/o elaboración de equipamiento médico, elementos de protección, medicamentos, vacunas; otro 20% para subsidios a Pymes a fin de sostener el empleo y remuneraciones de los trabajadores; igual porcentaje al Programa integral Progresar, 15% a mejorar las condiciones habitacionales de los habitantes de barrios populares y el 25% restante a programas de exploración, desarrollo y producción de gas natural.

Antes de saber si se va a poder cobrar o no, se anunció el fin del IFE y se restringió severamente el programa de ayuda ATP. De cualquier modo, los beneficiarios del IFE sólo percibieron 30 mil pesos en ocho meses.

El Indec informó que la canasta alimentaria, en octubre subió 6,6%, un porcentaje mayor al estimado por las consultoras privadas y el Jefe de Gabinete junto a la titular de ANSES, anunciaron una mejora de 5% para los jubilados en diciembre. En realidad, esto significa apenas 1000 pesos para el 70% de los abuelos que cobran el haber mínimo. Poco importa la discusión si le ganan o no a la inflación.

Roberto Lavagna, varias veces tentado por el Presidente para que retome las riendas de Hacienda, tras la media sanción del impuesto a la riqueza dijo que “la inversión no se alienta con el látigo”, en sintonía con algunos empresarios que esperan dialogar con los senadores para modificar el proyecto antes de que se convierta en Ley.

Crear más impuestos no es novedoso ni la solución, porque, en definitiva, todos los porcentajes, más o menos edulcorados, meterán su mano en los bolsillos de los consumidores, los nuestros.

Seguir recaudando para sostener un estado ineficiente, será profundizar la crisis. Quizás alguna vez, alguien se atreva a pegar un golpe de timón, creer realmente en nuestras capacidades, apoyar a las empresas y decidirse a generar trabajo genuino.

Mientras tanto, las calles cambian su fisonomía. A los locales cerrados, se agregan las múltiples caras de la informalidad. Cartoneros, manteros, ambulantes, en muchas casas carteles de venta de productos de limpieza e higiene fraccionados, de papas, cebollas, verduras, huevos al por mayor, lavaderos de autos. Precarias parrillas, humean y ofrecen comida en los barrios del conurbano y las grandes ciudades. Una economía marginal que se extiende.

Basta mirar estos ejemplos para encontrar la prueba del fracaso de décadas, los números rojos que están detrás de estos “negocios” y nadie quiere ver. Las míseras jubilaciones, los ocho millones de niños y adolescentes en la pobreza, la desocupación, el endeudamiento de las familias, la cruda desigualdad que empobrece, pero no justifica que se vean perjudicados los comerciantes que tienen o intentan tener sus papeles en regla.  

Estamos cerrando un año durísimo, acostumbrados además a enterarnos diariamente de cientos de víctimas fatales por el coronavirus. Ya ni nos impactan las cifras, 

Escuchamos millones de palabras disociadas de la realidad. Gran parte del mundo trabaja y analiza cómo afrontar un 2021 que será muy dificultoso e incierto. 

Pero en Argentina nos entretenemos con discusiones inconducentes y creando nuevos impuestos.

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