Hace algunos días se celebraron elecciones en Bolivia y esa primera vuelta electoral, aún falta la segunda, dejó algo bien claro: la izquierda no gobernará en el país al menos por un mandato.
Es, para mí, una buena noticia. No como para festejar con euforia, porque lo que se viene no será fácil, pero sí un hecho relevante que merece atención. Aprovecho este espacio para explicar por qué conviene mirar hacia ese país.
Salvo por un breve interinato de Jeanine Áñez entre 2019 y 2020, el MAS liderado por Evo Morales gobernó en Bolivia desde 2006 hasta la actualidad. Como suele ocurrir con los gobiernos populistas, Morales llegó al poder después de una crisis, con la promesa de redistribución y dinero para todos.
Bolivia tuvo algunos índices para destacar durante el gobierno de Morales: disminuyó la pobreza media (del 60 al 34%) y la extrema (del 38 al 15%), se incrementó el PBI y salvo excepciones, la inflación se mantuvo baja. Pero gran parte de ese resultado se explica por el crecimiento exponencial del precio internacional del gas natural, su principal producto de exportación.
Más allá de esa coyuntura, el socialismo boliviano llevó la presión impositiva al máximo, forzó la salida de grandes capitales extranjeros y dejó claro que la seguridad jurídica carecía de toda relevancia. Los derechos de propiedad nunca estuvieron a salvo desde que asumió la izquierda.
A eso se sumaron problemas cotidianos que nunca se resolvieron: falta de productos básicos y gasolina, pobreza estructural, acusaciones de corrupción, vínculos con países ligados al terrorismo (como Irán) y procesos judiciales al menos sospechosos contra la ya mencionada Áñez y contra el también opositor Luis Camacho, entre otros.
En el presente, se agregan dos factores. El primero: el quiebre dentro de la propia izquierda, desde que Evo Morales puso a Luis Arce al frente de la lista y luego intentó enfrentarlo. Él segundo: la cuestión judicial, con Morales acusado en Bolivia y en Argentina de trata de personas y abuso de menores.
¿Y ahora?
Durante la campaña, un candidato prometió “capitalismo para todos” (Rodrigo Paz Pereira) y el otro aseguró que “después de veinte años perdidos” cambiará “absolutamente todo”(Jorge Tuto Quiroga).
Cualquiera de las dos alternativas parece mejor que Morales, Arce o cualquier populista de izquierda -sí, resalto el “de izquierda” porque también hay populismo de derecha-. Pero ¿son buenos candidatos? ¿Serán buenos presidentes? Lo segundo imposible de prever.
Para lo primero, algunas consideraciones:
● No faltan denuncias contra Rodrigo Paz Pereira por negociar lugares en las listas a cambio de favores o por hechos de corrupción.
● Como alcalde de Tarija(2015-2020) gobernó en alianza con el MAS. No sorprende: es hijo de Jaime Paz Zamora, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
● En 2016, Paz Pereira hizo campaña por el “Sí” a la reelección indefinida de Evo Morales.
● Analistas admiten que de ganar habrá una “transición moderada”, que en criollo significa: no va a cambiar nada.
● En campaña prometió “capitalismo popular” o “platita para todos”. A mí me suena de algún lado…
● Y si Rodrigo Paz les parece un buen candidato pese a todo lo anterior, miren por favor a quien lleva como candidato a la vicepresidencia. No he visto en mucho tiempo un político que me recordase tanto a Hugo Chávez.
Del otro lado está Tuto Quiroga. ¿Se puede esperar mucho de él? Tal vez no tanto, ya que se acerca más a una socialdemocracia como la de Macri o Piñera, poco proclives a cambios de fondo, como los que el país necesita. Pero sí más que de alguien tan alineado ala izquierda.
Eso sí: no esperen liberalismo a full en Bolivia aun cuando gane Tuto.
¿Por qué mirar hacia allá?
El presente de Bolivia, más allá de sus particularidades, no es muy diferente al de otros países de la región. El populismo gobernó durante décadas, saqueó lo que pudo, desestabilizó instituciones, dejó el país en llamas y ahora se espera que en unos años otro gobierno lo arregle. No va a pasar. Como no iba a pasar en Argentina con Macri ni con Milei, ni en Uruguay con Lacalle Pou.
Pero sí existe la posibilidad de generar algo: filtrar, dentro de países desacostumbrados a la estabilidad, el germen de la seguridad jurídica, de la economía firme, de las reglas claras. Mostrar que se puede levantar algo sin derribar otra cosa. Mirar hacia Bolivia es mirarnos al espejo: lo que hoy vemos allá ya lo vivimos y podemos vivirlo de nuevo.
Bolivia nos recuerda que ningún país está a salvo de repetir sus errores. Lo que se juega en sus urnas también se juega en nuestra región, cada día que toleramos el populismo disfrazado de solución.
Y hablando de disfraces, o de caballos de troya, no puedo terminar sin expresar mi preocupación de que, en el caso de que la fórmula Paz-Lara se imponga en el balotaje, la izquierda termine no en el gobierno, pero sí en el poder. Como bien saben ustedes, no siempre el poder se mide en cargos o bancas.