¿Quiebre sistémico? ¿O cambiar algo para que nada cambie? *

11 abril, 2020

Hace tiempo que el mundo se asemeja a una especie de Ciudad Gótica global en la que el caos y la incertidumbre aumentan progresivamente haciendo del planeta una distopía difícil de asumir. Con la emergencia del coronavirus y su consecuente crisis sanitaria, se acelera el proceso de transición internacional (iniciado a comienzos de siglo pero particularmente profundizado con la crisis de 2008) y se ponen en evidencia las facetas más terribles de estos momentos históricos. Asistimos a una crisis sistémica y, por lo tanto, multidimensional: sanitaria, económica, social, ambiental, política, institucional, civilizatoria.  Hay quienes se animan a decir que estamos en presencia del fin del orden mundial euro y anglo céntrico y atlantista que se inició con la colonización de América y que el nuevo mundo que nace tiene su eje geopolítico en el Pacífico, Indochina y Eurasia. Es cierto que las características de ese nuevo mundo son difíciles de precisar con claridad, lo que sí es evidente es que hay determinadas cuestiones que deben cambiar sustancialmente. ¿Es entonces esta crisis una oportunidad histórica o, por el contrario y como ocurrió en 2008, se reincidirá en la premisa de cambiar algo para que nada cambie? Nuestro país, ¿qué tiene para decir y hacer al respecto? En los próximos párrafos se intentará dilucidar algunas de estas cuestiones.

Crisis multidimensional

Para comprender la lógica sistémica actual, al menos en lo que podemos denominar Occidente, hay que remontarse a fines de los años 70 y comienzos de los 80. Ese momento histórico puso fin a lo que Hobsbawm denominó los “años dorados del capitalismo” y dio inicio al desguace del conocido Estado de Bienestar. A partir de entonces se avanzó progresivamente hacia un capitalismo financiero y especulativo que en los últimos años potenció su proceso globalizador a partir de profundos avances tecnológicos. Este proceso histórico conocido como neoliberalismo constituye en verdad un orden civilizatorio, un capitalismo tan globalizado como ilimitado que opera tanto en el plano internacional, nacional, local y a nivel de sociedades e individuos. Es, en definitiva, la expresión contemporánea de un sistema mundo de jerarquías y exclusiones exacerbadas. Veamos algunos números.

Según el informe anual de la ONG internacional Oxfam presentado a comienzos de 2019, la  concentración de la riqueza se acentuó a tal punto en 2018 en el mundo que 26 multimillonarios poseen más dinero que las 3.800 millones de personas más pobres del planeta. Por su parte, informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señalan que para 2018 el 1% más rico del mundo concentra más del 50% de la riqueza. A su vez, el 20% de la población mundial (unas 1.000 millones de personas, los más ricos de los distintos países) se apodera del 95.5% del total de la riqueza. Como contraparte, el 80% de la población mundial (aproximadamente 6.500 millones de seres humanos) dispone del 4.5%. El Banco Mundial indica que, de esos 6.500 millones, el 50% subsiste en condiciones de pobreza o indigencia, con menos de 5 dólares diarios por persona, otro 20% está inmediatamente por encima de la línea de pobreza, mientras el 10% restante cuenta con recursos que apenas le permiten adquirir bienes que no sean alimentos. Datos del año 2018 que seguramente se agraven a partir de la crisis que estamos viviendo actualmente. Sin ir más lejos, hace apenas unos días la Organización Internacional del Trabajo anunció que se podrían perder hasta 25 millones de empleos en todo el mundo.

Pobreza y desigualdad, que es casi lo mismo que decir desempleo, son factores en torno a los cuales se estructura un sistema que padece inviabilidad histórica. Esto se agrava si sumamos la dimensión ambiental. Calentamiento global, creciente contaminación del agua, las tierras y el aire con efectos en sucesos meteorológicos sumamente negativos tales como olas de frío polar o de calor agobiante, sequías, inundaciones e incendios. Pensemos en el reciente caso australiano.

Respecto a lo político e institucional no hace falta profundizar mucho. En uno de sus últimos newsletter semanales, el analista internacional Juan Elman lo resumía con un toque humorístico y muy gráfico: el multilateralismo son los padres. Basta con observar el comportamiento de países como Estados Unidos o la disputa hacia el interior de la Unión Europea entre su propio centro y periferia para corroborarlo. China, que es donde se originó el virus y que demostró poder controlarlo, ¿se está fortaleciendo con esta situación? Por su parte, Latinoamérica no es ajena a este cuadro general, carece de articulación política regional para enfrentar la pandemia, la fragmentación es un hecho y sus consecuencias están a la vista. Un paneo fotográfico por las calles de Guayaquil u observar lo que pasa en Brasil da cuenta de ello: un presidente sin brújula que formó parte del frustrado club de los negacionistas junto con Trump y Boris Johnson y que al día de hoy se encuentra asediado por una crisis de múltiples características, fuertes disputas al interior de su gobierno y grandes chances de ejercer una presidencia tutelada.

Cabe preguntarse entonces, ¿qué mundo nos depara el futuro? 

Argentina y un sendero posible

Nuestro país no es ajeno a esta dura realidad en tanto constituye una de las semiperiferias que conforman este sistema mundo. Durante esta semana el INDEC publicó los datos de pobreza e indigencia correspondientes a fines del año 2019, los cuales arrojaron como saldo un aumento de la pobreza del 32% al 35,5% entre los segundos semestres de 2018 y 2019, y de la indigencia del 6,7% al 8% para el mismo período. Estas cifras (que parecen frías como cualquier estadística) tienen rostro y padecimiento en miles de familias y se explican por decisiones políticas que tuvieron ganadores y perdedores. Entre los primeros, por ejemplo, estuvieron los bancos privados. Según un informe recientemente publicado por el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas del partido Unidad Popular y que fue coordinado por Ana Rameri, en el contexto inflacionario agravado que vivió la Argentina durante la gestión del gobierno de Mauricio Macri, los bancos privados tuvieron una rentabilidad que superó en un 83% el ritmo inflacionario, sostenidos por el pago de intereses de las Letras del Banco Central y luego de Liquidez (Lebacs y Leliqs) que se crearon para garantizarle negocios y liquidez a los bancos privados. A este privilegiado grupo de ganadores del proyecto de neoliberalismo periférico, como lo define Gabriel Merino, se sumaron las empresas energéticas, agroalimentarias y farmacéuticas, entre otras. Dato a tener en cuenta: todos son sectores que cumplen un rol clave en tiempos de cuarentena y aislamiento social.

En el marco de estas negativas condiciones llegó el coronavirus. Por ello, si bien es una realidad que el actual gobierno argentino presidido por Alberto Fernández se destacó por la rapidez de las medidas asumidas para enfrentar la pandemia, es igualmente cierto que se le presentan múltiples desafíos en el frente político económico y que, aunque suene contradictorio, pueden representar una oportunidad.

¿Por qué? Porque, entre otras cosas, esta crisis volvió a jerarquizar al Estado Nación como el gran articulador de la vida en sociedad y lo indelegable de muchas de sus funciones. Este es un elemento central para pensar el mundo que viene. Sobre esta idea fuerza puede pensarse un proyecto de desarrollo nacional y regional que no solo supere la actual contingencia sino que allane el camino de un futuro diametralmente opuesto. Urge reeditar la alianza Producción, Trabajo y Estado para dar una solución estructural (no circunstancial ni subsidiada) al “Triángulo de las Bermudas social” por el cual desaparecen los sueños de millones de personas en nuestro país, en la región y en el mundo: el de la pobreza, la desigualdad y el desempleo. 

Difícilmente Argentina pueda resolver estos problemas si no transforma radicalmente su estructura productiva y deja de circunscribirse al modelo primario extractivista, depredador y contaminante que el mundo en descomposición le exige. Recuperar el potencial productivo del país en gran escala, es decir, su polo industrial ferroviario, naviero, aeronáutico, el tejido de pymes nacionales que generan la mayor proporción de empleo industrial y edificar un sistema científico tecnológico vinculado al sistema productivo es una obligación tan necesaria como impostergable. Incluir la perspectiva ambiental sin reducirla a una cuestión actitudinal para el plano de lo personal, también es un desafío. Si bien se observan medidas muy importantes para paliar la crisis, el gran interrogante sigue siendo quien va a financiar la reconstrucción nacional. Como ejemplo y aporte al debate se puede citar al sociólogo Aritz Recalde, quien indica que el sector financiero (los bancos privados que hasta antes de ayer multiplicaron sus ganancias pero que hoy se muestran reticentes a otorgar créditos a las pymes) y los consorcios extranjeros exportadores deberían hacerlo para pasar así de un modelo de especulación financiera a otro de producción y trabajo. 

En 2008 la crisis internacional abrió dos horizontes. Mientras que a nivel internacional se optó por los grandes salvatajes de parte del Estado a los bancos (cambiar algo para que nada cambie), a nivel nacional se optó por un camino diferente. En ese marco se tomó una decisión fundamental cuya matriz puede servir como guía para la actualidad; me refiero a la estatización de los fondos de jubilación por entonces en manos de las AFJP. La misma fue una decisión de carácter estratégico y de importancia sustancial que va en la dirección de lo que podemos llamar un quiebre sistémico como el que demanda la actual coyuntura. ¿Podrán replicarse medidas de este tipo, planificadas, articuladas y correctamente ejecutadas en sectores que resultan estratégicos? ¿Qué rol va a cumplir el Estado con respecto al sector de las finanzas y el comercio exterior? ¿Y en cuanto a la salud y la educación? Está por verse. Dependerá del grado de cohesión y fuerza social y política que se pueda articular en esa dirección. Al fin y al cabo, el Estado es la expresión de las relaciones de fuerzas sociales al interior de un determinado territorio.

El futuro es una incógnita y la única certeza es la incertidumbre. Lo que sí está claro es que el mundo, en las actuales condiciones, gira con respirador automático y nuestro país no es ajeno a ello.

*Por Jesús Rodríguez, Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional del Centro. Maestrando en Política y Gestión Local de la Universidad Nacional de San Martín.

Fuentes de consulta: 

  • “La OIT calcula que el coronavirus pone en riesgo hasta 25 millones de empleos”. Disponible en: https://elpais.com/economia/2020-03-18/la-oit-calcula-que-el-coronavirus-pone-en-riesgo-hasta-25-millones-de-empleos.html
  • Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD: Índices e indicadores de desarrollo humano. Actualización estadística de 2018.
  • Randi, Manuel Valentin (2020): “Crisis epidémica, financiera y del multilateralismo, signos del cambio civilizatorio”. Disponible en: https://ocipex.com/crisis-epidemica-financiera-y-del-multilateralismo-signos-del-cambio-civilizatorio/
  • Recalde, Aritz (2020): “Seis aspectos sobre la globalización del coronavirus”. Disponible en: https://rebelion.org/seis-aspectos-sobre-la-globalizacion-del-coronavirus/

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