La historia de Brasil está plagada de alternancias; es más, durante mucho tiempo, inclusive en tiempos del Imperio fue utilizada está fórmula y también fuera de la política, en ámbitos como el de las dirigencias de las escolas de samba o de los clubes de fútbol.
Ese hábito de cambio no siempre vino de la mano de las ventajas democráticas y sí por imposiciones de los grupos gobernantes, de diferente color político o económico que, decidían a priori, un “tómala vos dámela a mí”, favorecidos por la desorganización del pueblo.
La independencia brasileña fue un ejemplo de ello, el régimen monárquico del Imperio de Brasil que se creó – en verdad – fue una ramificación del anterior, por lo tanto, todo quedó igual a lo que era el antecesor Imperio portugués.
Lo mismo sucedió en la proclamación de la República, en la cual la participación del pueblo fue nula, ejemplificado por la frase del jurista y periodista republicano Arístides Lobo: “el pueblo asistió bestializado la salida del Emperador”. Lo que el brasileño común vio fue el desarrollo del pasaje de poder, de la cúpula imperial a la militar, dado que esa primera República fue comandada por un Mariscal del Ejército.
Sin duda, el principal problema en esos primeros años de formación de la República en Brasil es que no había aún clases sociales listas para la discusión política (es necesario recordar que hubo esclavitud hasta 1888, como factor de demora de conciencia de clase).
Los movimientos populares fueron surgiendo muy lentamente y su propia desorganización dificultaba que los mismos hiciesen la presión necesaria al regimen dictatorial inicial, aunque enmascarado en República, para que el mismo abdicase sin condiciones y a corto plazo.
La efectiva implementación de la democracia solamente va a suceder varias décadas después, a fin de los 80, mediante la primera elección presidencial que será duradera en su sistema.
Desde 1989 al presente, hay un cuadro de alternancia de poder que, aun con muchos defectos, continúa vigente y desde hace varios años también contemplando la participación popular y de diferentes sectores. Esta alternancia ha sido muy importante para la política brasileña.
Si a nivel del Poder Ejecutivo hubo una saludable renovación de los nombres (entendiendo que algunas destituciones y reemplazos han sido producto de intereses políticos y económicos diversos), la situación en el Legislativo es mejor aún renovándose en un 50% en Diputados y Senadores.
Es palpable que los escándalos de corrupción, los yerros y desmadres le hagan pagar un alto precio a la clase política, con este elevado porcentaje de substituciones, demostrando que a pesar de manejar escasa información, el pueblo de Brasil en las elecciones intenta dar en el blanco, votar bien y no teme a los cambios.
Jair Bolsonaro, luego de la Cámara de Diputados asume la presidencia de la República Federativa do Brasil, prometiéndole a su pueblo: “restaurar la patria liberándola del yugo de la corrupción, la criminalidad, la irresponsabilidad económica y la sumisión ideológica”.
Los brasileños heredaron de los portugueses el concepto de unión, por eso nunca se dividieron en varias repúblicas menores como sucedió en la América española, entienden que su país está por arriba de intereses sectoriales.
El lema en su bandera dice Ordem e Progresso, ojalá así sea.
Por Guillermo Burgos, delegado Portuario de Puerto Rosales y Lic. en Historia de Brasil en Universidad Federal en Rio Grande do Sul.